Els altres catalans del segle XXI (2001)

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  • Planeta, Barcelona, Col. Ramon Llull. Panorama n° 22, 211 p.

Escrito con Josep Maria Cuenca, este libro solo se publicó en catalán.

Contraportada
Aquesta és la crònica humana de la nova onada d'immigració que està rebent Catalunya. Francesc Candel -que va escriure el testimoni més cèlebre de la immigració dels anys seixanta- i Josep Mari Cuenca retraten ara aquest nous catalans que arriben sobretot del Magreb. Com són, què busquen, què volen i quina es la realitat amb que es troben.
Els altres catalans del segle XXI recull testimonis personals dels immigrants que han d'integrar-se a la societat catalana en l'àmbit escolar, laboral o religiós, entre d'altres. Per això, aquest és un llibre valent, que no defuig els conflictes i explica en veu alta si cal la cara més crua de la situació, però també mostra les iniciatives i actituds que es fan creïble el repte d'una Catalunya plural i integradora.


[...] el desig que el segle XXI sigui el segle de la normalització multicultural a casa nostra, el de la catalanitat única i plural per a tothom que hi visqui, hagi o no nascut a Catalunya
(p. 11)

 

Francisco Candel y Josep Maria Cuenca se proponen un acercamiento humanista y comprensivo en el preciso momento en que aparecían un sinfín de reportajes alarmistas a raíz de la «nueva inmigración» (entre otros, los sucesos de El Ejido):

«Durant el llarg i enriquidor procés de confecció d’aquest llibre ens hem cansat de comprovar pertot arreu com molta, massa gent, exigia als immigrants que s’integressin aquí sense fer soroll, que es deixessin assimilar submisament, tot impugnant els seus trets identitaris bàsics amb llocs comuns, amb tristos prejudicis elevats a la categoria d’arguments. No poca d’aquesta gent «d’aquí», no fa gaires anys enrere, va fer seves amb més o menys enstusiasme unes paraules que pertanyen a una coneguda cançó de Raimon, Jo vinc d’un silenci. Ens referim a allò de: «Qui perdi els orígens, perd identitat.» Doncs bé, la responsabilitat que aquesta gent a què alludim hagi perdut tan lamentablement la memòria perl camí dels anys és en última instància individual o no?»
(p. 24-25)

 

 

 

Recepción


Me gustaría un president magrebí,

Victor-M. Amela, La Vanguardia, 26 de agosto de 2001

Paco Candel. Tengo 76 años. Nací en Casas Altas (Rincón de Ademuz, Valencia), pero vivo en Barcelona desde que tenía un año. Soy escritor. Mi mujer ha muerto este año, tras 48 de casados. Tengo dos hijos, Marujita (46) y Paquito (39). Y un gato, “Romualdo”. Soy de izquierdas y agnóstico. Ni conduzco, ni tengo coche, ni teléfono móvil, ni contestador automático, ni ordenador... Con Josep Maria Cuenca he escrito “Els altres catalans del segle XXI” (Planeta), y ahora escribo una novela y mis memorias.


Hay una máquina de escribir sobre la mesa del comedor, con su almohadilla debajo para amortiguar el repiqueteo de las teclas al ser golpeadas. Candel está escribiendo. Como siempre desde hace casi medio siglo, desde que publicó en 1957 “Donde la ciudad cambia su nombre”, testimonio novelado de la Barcelona de la inmigración..., que ya es un clásico, junto a “Els altres catalans”, obra escrita en 1964.
- ¿Qué está escribiendo?
- Alterno mis memorias con una novela, “Piquete de ejecución”, sobre la peripecia de un andaluz que, en la posguerra, llega caminando hasta Cataluña para trabajar en las minas de Cardona, luego se hace policía, lo deja, vive en un barrio de Barcelona, y se enfrenta él a la policía...
- ¡Siempre la emigración!: se ha ganado usted a pulso el título de “novelista de la emigración”.
- Sí, la verdad es que hay pocos de mis más de cincuenta libros que no se ocupen de ese asunto...
- ¿Un tema siempre vivo?
- Sí, porque las sociedades son realidades dinámicas, no estáticas.
- ¿Cuál es la gran diferencia entre los emigrantes de ahora y los andaluces que llegaron antes a Cataluña?
- La ilegalidad: ahora no tienen papeles, no tienen derechos, están indefensos. Los andaluces, extremeños... no fueron ilegales: no podían echarles los perros ni expulsarles.
- ¿Hubo algún intento de regular aquella emigración andaluza?
- Sí, a fines de los sesenta hubo en la estación de França funcionarios que pagaban dinero a los que llegaban en tren para que se volvieran a su pueblo.
- ¡No sabía eso!
- Pues dio pie a picaresca: hubo quien se subía al tren en la estación de Sants, con maleta hecha y poniendo cara de llegar del pueblo, ¡y así cobraba y directamente se iba de vacaciones a su pueblo con el billete pagado! Escribí un guión sobre esto: “Yo quiero volver a Málaga”.
- Hoy no llegan en tren, sino en pateras...
- Y sin derechos, y víctimas de engaños y estafas de mafias, y sin trabajo, en este tiempo de globalización, tiempo de despidos masivos.
- ¿La emigración andaluza sí encontró trabajo?
- Sobraba. Llegaban para trabajar en la construcción, luego en la fábrica, con la idea de que estaban en su país y muchos, incluso, con la idea de que nada debían a Cataluña.
- Le debían el trabajo.
- Lo que no había era vivienda, y por eso surgió el barraquismo. Mire ahí delante: allí estaba Valero grande, allá, Valero pequeño, y Las Banderas y la Fossa.
Francesc Candel me señala la montaña de Montjuïc, que me parece que puedo tocar con los dedos el Palau Sant Jordi, la torre de Calatrava desde el balcón de su casa, un ático del barrio del Port, en la Zona Franca barcelonesa. Candel me señala dónde estaba cada zona de barracas en la montaña. Y me explica también cómo fueron liquidadas aquellas barracas:
Un día Franco visitó el castillo de Montjuïc y desde allí las vio. “¿Eso qué es?”, preguntó. Se lo explicaron, y dijo: “Que desaparezcan”. Y se envió a la gente a barrios como el de Sant Cosme, que luego se agrietaban...
- ¿Cómo ven los inmigrantes de ayer a los de hoy?
- Pregunte por aquí, por el barrio. Cuando oyen que los magrebíes exigen algo, sueltan: “¿Qué se han creído? ¡A mí me dieron menos que a ésos y encima se quejan!”
- ¿A qué atribuye esa reacción?
- A la condición humana. Es como lo de aquel cuento de “Las mil y una noches”: el genio le dice a una mujer: “Te concederé lo que me pidas y le daré el doble de lo mismo a tu vecina”. Y la mujer pidió: “Sácame un ojo”.
- Entendido.
- Los gitanos se quejan de los moros, los payos, de los gitanos... Es aquello de “¿cómo es que el portero cobra más que yo?”
Candel sabe mucho sobre la emigración, pero me parece que sabe más sobre el género humano. “Cada día soy más escéptico, cada día creo en menos cosas”, me dice. Se ha autodefinido de izquierdas y agnóstico, “pero quizá cada día menos de izquierdas y menos agnóstico.., porque yo ya no estoy seguro de casi nada”.
- No me dirá que no hay por ahí personas admirables...
- Sí, como el doctor Carles Ribas Magri, fallecido el año pasado. Durante años visitó gratuitamente a pacientes pobres de este barrio. Y puso escuela, consultorio social... Hasta su muerte, me entregaba cada año 100.000 pesetas para que yo las repartiera discretamente entre las personas más necesitadas del barrio, a criterio mío.

Candel me contó esta historia en una entrevista anterior, y a los pocos días empezó a recibir una donación anónima de alguien que quiso suplir al fallecido doctor Ribas Magri. "Más de uno en el barrio piensa que, en realidad, es dinero mío, pero no. A veces sí he dado, pero ahora lo máximo que me permito cuando llaman a la puerta son 200 pesetas..."


- ¿A quién más elogiaría?
- A Cáritas. No me cansaré de hacerlo. Visité el otro día una clase de castellano que imparten a emigrantes chinos. Y que nadie en Cataluña se enfade: las clases son en castellano porque la burocracia, en Cataluña, es en castellano: policía, Gobierno Civil, consulados...
- Nadie habla de los emigrantes chinos: son un misterio...
- Vienen de los lugares más perdidos de China. ¿Cómo? No lo sé. Deduje que aquí el dueño del restaurante en el que trabajan les alquila una habitación para dormir...
- Otro enigma, ya sabe, es dónde se entierra aquí a los chinos...
- No sé de eso. Sí sé que los magrebíes, hoy por hoy, lo preparan todo para que sus muertos sean enviados a sus pueblos de origen y sean enterrados allí..
- Quizá la integración se mida por dónde están tus muertos y tus hijos...
- Habría que habilitar zonas en los cementerios para musulmanes, ciertamente. ¡Pero lo importante es que encuentren trabajo aquí, que no los dejen tirados!
- Sí, pero ¿para quedarse o para regresar un día al Magreb?
- Los que vienen lo hacen a la desesperada, y la mayoría no piensa en volver. Quieren montar aquí sus vidas. ¡Incluso se organizan ya peregrinaciones a la Meca que salen de Sant Vicenç dels Horts!
- Éste ha sido un año de polémicas en torno a la inmigración: la ley de Extranjería, las declaraciones de Marta Ferrusola ("Las iglesias se convertirán en mezquitas"), de Heribert Barrera ("Las sevillanas, en Sevilla; las sardanas, en Cataluña")... Sobre todo esto pido opinión a Paco Candel.
- Ferrusola, Barrera...
- Fueron una expresión del miedo irracional a los cambios. Como el mío a cambiarme al ordenador... ¡Claro que, una vez, el ordenador se me tragó una novela entera: suerte que tenía el borrador a mano!
- Miedo a los cambios, me dice.
- En el caso de Ferrusola y Barrera, miedo a que el catalán desaparezca. Pero, claro, ¡si no nace ni Dios en Cataluña, la cosa no tiene solución! Ya alguien habló de "la Europa de las cunas vacías".
- Cuestión de demografía, al fin...
- Es un miedo que viene de lejos: ya en los años 30 Vandellós escribió "Catalunya, poble decadent".
- ¿Cuál es su diagnóstico de futuro sobre esto del catalán?
- Recuerdo a una señora que, en una conferencia, me preguntó: “¿Hablaremos catalán dentro de cien años"” Pensé: “Qué señora tan confiada en su longevidad”. Yo no sé qué decirle... ¿Y qué más nos da?
- Hombre...
- Es como la literatura: ¿es tan importante? Seguro que algunos libros han influido en la historia, pero la historia hubiera seguido un rumbo sin esos libros. No pasa nada.
- Pues lleva usted toda la vida escribiendo.
- Y me digo a menudo: “Paco: No es obligatorio que escribas. ¡Si no escribes, no pasa nada, el mundo sigue!” Porque es así, claro. Pero no puedo evitarlo: escribo. Y si un día no lo hago, ¡siento mala conciencia!
- ¿Por qué empezó a escribir?
- De joven enfermé de tuberculosis y, convaleciente, leí novelas de Magencio van der Meer como “Cuerpos y almas” (sobre un equipo de médicos de un hospital) o “Cuando enmudecen las sirenas” (sobre un grupo de trabajadoras de una fábrica textil de Lyon) y así descubrí que se podía escribir de lo inmediato, de lo cercano...
- Y se puso usted a ello.
- Sí, me di cuenta de que yo conocía de cerca muchas historias de gente próxima a mí... Y así surgió “Donde la ciudad cambia su nombre”.

Candel, con sus padres, llegó a la Barcelona de fines de los años 20, y se crió en esta zona al pie de Montjuïc, en las Casas Baratas de Can Tunis, en un piso de 42 m2 "que a mí me parecía una casa normal". Ese universo acabó por alimentar su obra. Le pido algunos de sus primeros recuerdos:
Los niños vivíamos en la calle. Íbamos por las huertas, arrancábamos raíces de regaliz, “pispábamos” alcachofas, higos, nos bañábamos en las playas, cogíamos mejillones... Hay un cliché falso del niño de la guerra, miserable, pobre, triste... Pues no: ¡aquella era una vida divertida, asilvestrada! Hasta los bombardeos nos parecían excitantes. Los niños no queríamos crecer. Los mayores nos parecían imbéciles.


- Ahora hay también niños sueltos por Barcelona, niños magrebíes que asaltan a transeúntes...
- Eso no significa que los inmigrantes sean delincuentes. Una cosa es la delincuencia, otra la inmigración. Una amiga mía fue a la policía porque la atracaron, y los policías le preguntaron de entrada: “¿Ha sido un moro, no?”. “Pues no, ha sido un cristiano”, respondió ella.
- Ya, pero ¿cuál es la solución?
- ¡Para eso tenemos gobiernos! Gobiernos que parece que planifican mucho, que hacen grandes jugadas de ajedrez... y luego resulta que no tienen ni idea de jugar al ajedrez.
- Me falta su opinión sobre la ley de Extranjería.
- Que todo el que consiga pasar la frontera y llegar aquí sea admitido.
- Pero...
- Se habla mucho de la globalización, y ves reunirse a los 8 grandes, ¿para qué? ¿Tanto aparato para parir lo que han parido? ¿Para que cada día haya más multinacionales, más fusiones, despidos...? Y más paro.
- Y encima vienen inmigrantes.
- Pero la inmigración hace aquí los trabajos que nadie quiere hacer aquí. Eso no es problema. Y, además, sólo el 3% del total de la población de Cataluña es inmigrante...
- Con Josep Maria Cuenca ha escrito “Els altres catalans del segle XXI”: ¿hacia dónde vamos?
- Hemos escrito ese libro con intención de evitar que aparezcan guetos, como se evitó con la inmigración andaluza. El objetivo es que todos seamos catalanes..., siendo a la vez, cada uno, más cosas, magrebí o lo que sea.
- ¿Cómo ve usted la Cataluña del siglo XXI?
- Yo desearía ver a un negro o a un magrebí como presidente de la Generalitat. Doy por supuesto que hablaría catalán...
- Eso es un deseo, pero ¿lo ve posible?
- Yo creo ya en tan pocas cosas...

Candidez escéptica
El nombre de Francesc Candel figura ya en una biblioteca, en una sala de lectura, en una escuela... ¿Y por qué no en una calle?, le pregunto. "No, la ley dice que para eso hay que estar muerto..., al menos en Barcelona", me explica, divertido. La mirada de Candel tiene siempre una puntita de sal. Lo de Candel debe de tener que ver con candeal, cándido (en latín, blanco, inmaculado), porque hay en él algo de pureza cándida, de "naif", aunque entreverado ya de escepticismo. Pero incluso cuando se pone más escéptico y nihilista, es el suyo un escepticismo compasivo, caritativo. Candel levantó acta de una parte de la vida de Barcelona, la de la inmigración, y como la inmigración sigue, él continúa mirándola. Es un notario de la vida urbana. Habla ahora con inmigrantes magrebíes, y me cuenta sus impresiones: "Las mujeres son en esto muy importantes. Si se sienten confiadas en un sitio, se quitan el chador para hablar contigo. Muchas, ya madres de familia, reciben clases de catalán en el Raval, y eso es porque ellas saben que quieren quedarse aquí, y que van a quedarse. Ellas lo tienen más claro que sus maridos. Una me contaba: "Yo por eso procuro hacer más amigas catalanas que magrebíes, mientras mi marido está siempre con otros magrebíes dándole vueltas al terruño..."

 

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